lunes, 23 de noviembre de 2015

¿Qué le heredo a mis hijos?

¿Mis ojos? ¿mi boca? ¿la forma de mi cabello? más allá de los aspectos físicos que los hacen parecerse en gran medida a nosotros, heredamos la forma en que interactuamos con el mundo, la forma en que nos dirigimos hacia los demás, más allá de lo que les pudiésemos decir que es correcto o de buena o mala educación nuestro proceder se ve reflejado en ellos sin que nos demos cuenta.

En varias ocasiones he utilizado la frase "es que la dósis de paciencia que les tocaba a los demás se la he dado a mi hijo", trato de ser paciente, amorosa y respetuosa ante sus deseos y la forma en que manifiesta sus estados de ánimo, pero por el contrario me muestro impaciente con mi familia, los amo y aunque no puedo quejarme, tienen mucho que me pone mal... me estresan, y poco a poco he caído en cuenta de ello. Crecí en una familia en la que la manera de comunicarnos es a gritos, no porque no nos amemos sino que simplemente así son las cosas y noto que nuestros niños han aprendido este tan mal hábito, alzamos la voz y nos impacientamos en las discusiones, así que ¿cómo le puedo pedir a mi hijo que me pida las cosas de buena manera y que hable con un tono moderado de voz, si él ve todo lo contrario con la familia? lo veo poco viable pero ¿a qué quiero llegar con este rollo? pues que este tipo de comportamientos se emulan, los adoptan como una manera aceptable de comunicación, y en un abrir y cerrar de ojos tenemos un problema evidente de comportamiento socialmente inaceptable para un niño; la respuesta la tenemos nosotros mismos, porque si por el contrario ven cordialidad y amor, le damos las gracias a un extraño, cedemos el paso y respetamos nuestro entorno, pues nuestras palabras tendrán un mayor impacto con respecto a nuestras acciones, y es precisamente la educación de la que mucho se predica, pero poco se ejerce.

Los que intentamos llevar una crianza respetuosa, muchas veces nos enfocamos en nuestros hijos y esa filosofía armoniosa, respetuosa y consiente no la  trasladamos del todo en nuestra interacción con el resto, porque ¿cuantas veces no nos hemos topado con el ejemplo del hijo-perro? Una pareja que apenas empieza a cimentar su familia, y a falta de un bebé adoptan una mascota, esa mascota es su bebé y se le trata como tal pero ¡oh sorpresa! ella se embaraza, y la vida de esa mascota cambia de poco en poco hasta que queda remitido a el patio trasero, en muchos casos amarrado a un poste sin interacción de ningún tipo, sin juegos, ni mimos y se vuelve un mueble en esa casa que antes era su hogar. Tal vez te preguntarás ¿qué tiene eso de malo? pues bien, una mascota es un ser vivo, con necesidades afectivas además de agua y comida, que necesita ser respetado como individuo y que en muchos casos se deshacen del pobre animal, se le pega porque despierta al niño o se le regaña por lo más mínimo ¿y quién nos ve mientras hacemos esas cosas? pues nuestro hijo, que tarde o temprano ve normal pegarle a la mascota, gritarle o simplemente que está bien deshacerse de lo que ya no queremos, que está bien faltarle al respeto si no hace lo que nosotros queremos ¿cómo le dices que no, si tú lo haces? Quizá pueda sonar tonto, pero es una realidad de la que no nos damos cuenta, que es difícil de erradicar de nosotros mismos con pequeñas acciones y pequeños cambios.

Me gustaría concluir diciendo que no se trata de hacer el papel de ciudadano ejemplar, o vivir frenando cada una de las emociones no tan positivas con tal de que nuestros hijos no vean esa parte, sino detenernos un poco cuando nuestras palabras no son consistentes con lo que hacemos ante los ojos de nuestros pequeños, porque se vale enojarse, se vale estresarse pero todo esto respetando siempre a los demás .Te mando un abrazo y espero nos leamos pronto.





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